Cuaresma 5A + Desátenlo + 3.26.23

 

M. Campbell-Langdell

All Santos, Oxnard

(Ezequiel 37:1–14; Salmo 130; Romanos 8:6–11; San Juan 11:1–45)

Desátenlo y déjenlo ir.

Un hombre que había sido muerto sale de la tumba, cubierto en vendas de muerte. El olor de su estado todavía en el aire, acompañado con el olor dulce de las especies de la preparación de un cuerpo difunto. Y Jesús dice, “¡desátenlo y déjenlo ir!”  El mismo Dios que respiró vida a los huesos en el valle de los huesos secos respira vida a Lázaro. Y está sanado. Y restaurado a su familia. ¡Esta sanación es una buena y sorprendente noticia! Y, sin embargo, este evangelio puede ser tanto una palabra de esperanza como un desafío para las personas fieles que han perdido a un ser querido. ¿Cómo aceptamos que Jesús resucitaría a ese, y no a nuestro ser querido? Era, por supuesto, una señal. Otra forma de que aprendamos que él era divino. Este pasaje cae dentro de una serie de declaraciones de “Yo soy” en Juan, recordándonos que Jesús es el hijo encarnado de Dios.

Sin embargo, hay un mensaje escogido aquí en las buenas noticias de Lázaro. Mas allá del gozo efervescente que debería haber sentido su familia- sus hermanas fieles y el, esta historia nos cuenta de la fidelidad de Dios a los mas pequeños y perdidos de la sociedad. Como comentarista Osvaldo Vena dice sobre este pasaje: “si el hombre ciego de Juan 9 simboliza la comunidad y su ostracismo cultural y religioso de la sinagoga, entonces Lázaro, que significa “Dios ayuda” pudiera representar a la comunidad joánica que hubiera sido relegado por las autoridades religiosas a la sepultura de la marginalización cultural, un cuerpo muerto sin acceso a la participación en el cuerpo político.[1]  

Lázaro, aquel a quien Dios ayuda, también simboliza la comunidad a la que Juan estaba escribiendo en este evangelio. ¡Quería que creyeran! Porque fueron desterrados de los centros de poder, pero Dios no los había olvidado. Así como la familia de Lázaro pensó que todo estaba perdido, que lo dejarían en la tumba, esta comunidad cristiana naciente puede haber perdido la esperanza. Estaban viviendo en las tumbas. Eran diferentes e incomprendidos. Pero en este pasaje y al relatar este evento milagroso, Juan llena a los creyentes con la esperanza del regreso a la vida.

También nos recuerda que busquemos a aquellos que serían dejados de lado por la sociedad. Y eso es algo que nosotros como iglesia debemos hacer todos los días.

Hace un par de semanas una familia nos llamó. Fue la familia de uno de nuestros miembros honrados de las fuerzas militares y tenían que bautizar su ahijado. Porque el niño iba a mover al extranjero, y la relación familiar fue un poco mas complejo de lo típico, habían recibido la noticia triste de una iglesia local que no pudieron bautizar al niño allí. Por supuesto esto me partió el corazón y dije que por supuesto haríamos el bautismo. Estoy feliz de apoyar a estos padres y padrinos. Dios ama a todas las familias concebidas y vividas con amor. Y cada niño y niña tiene el derecho de ser reconocido como un parte completo de la familia de Dios. Debemos recibir a cada persona que nos viene como un don, sin tratar de juzgar las jornadas de los demás, pero usando cada oportunidad para compartir el amor de Dios. Tenemos que desatarlos a los que la sociedad quisiera atar, dejarlos estar libres en el amor de Dios.

Alguien a quien honramos hoy, Monseñor Oscar Romero, cuya fiesta fue el viernes, tomó una decisión similar durante la guerra civil en El Salvador. Cuando fue elegido, se lo consideraba bastante conservador religiosamente y estaba muy centrado en el mantenimiento de la liturgia y los sacramentos. Pero cuando fue elegido en 1977, las cosas empezaron a cambiar. Sucedió que un sacerdote de voz suave llamado Rutilio Grande fue asesinado mientras simplemente intentaba servir a su rebaño, al igual que otros dos con él, y luego más personas perdieron sus vidas. Y Romero sabía que, si un alma gentil como Grande podía ser aniquilada por este régimen, nadie estaba a salvo. Dedicó su vida a servir a los pobres y oprimidos de El Salvador y pagó el ultimo precio. El 24 de marzo de 1980 fue asesinado mientras celebraba la misa. Lamentablemente, su muerte provocó más muertes, ya que muchos protestaron en su funeral en su honor y los manifestantes fueron bombardeados. Pero la sangre de los mártires es verdaderamente la semilla de la iglesia. La iglesia en El Salvador y alrededor del mundo fue fortalecida por su ejemplo de fe. Y muchas personas lo honran y reverencian incluso mientras continúan sirviendo a los últimos y los más humildes en todo el mundo. Él fue un amigo familiar de una feligresa, y su familia nunca se olvidará de su ejemplo de fe.

Monseñor Romero dijo: “No hay dos categorías de personas. No hay unos que nacieron para tenerlo todo y dejan a otros sin nada y una mayoría que no tiene nada y no puede disfrutar de la felicidad que Dios ha creado para todos. Dios quiere una sociedad cristiana, en la que compartamos las cosas buenas que Dios ha dado para todos nosotros”.[2] En otras palabras, ¡Desata a los pobres y déjalos vivir en paz!

Dios sabe que todos somos pecadores en necesidad de redención, todos somos personas que necesitamos que Dios ordene nuestros afectos y voluntades rebeldes. Pero Dios también plantea en cada uno la semilla del bien. Romero nos inspiró a alcanzar a todos los que están en necesidad o que están excluidos para incluirlos en el amor inclusivo de Dios. Para que cada persona experimenta la sanación que viene de Dios. Todos estamos incluidos. En nuestro pacto bautismal decimos que todo ser humano tiene dignidad. Nadie esta excluido. Todos son bienvenidos y invitados a la vida nueva. Una nueva vida que celebramos en el santo bautismo y cada vez que recordamos lo que Dios nos ha hecho por nosotros en Cristo.

Dijo Monseñor Romero: „El martirio es una gracia de Dios que no creo merecer. Pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea la semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad.”[3]

Dios, respiraste sobre los huesos secos. Elevaste los corazones del pueblo del El Salvador aun en su tristeza en perder a Monseñor Romero. Toma nuestros corazones rebeldes y fíjalos enteramente en Jesús, alejándonos del juicio de las criaturas de Dios y acercándonos a tu abrazo de amor. Respira sobre nosotros para recibir su vida y salud, para que experimentamos su amor, sanación y renacimiento a la vida eterna. Amen.

 



[1] Osvaldo Vena, “Commentary on John 11:1-45,” From Working Preacher, for April 2, 2017, Commentary on John 11:1-45 - Working Preacher from Luther Seminary.

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