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M. Campbell-Langdell

All Santos, Oxnard

(Isaías 1:1, 10–20; Salmo 50:1–8, 23–24; Hebreos 11:1–3, 8–16; San Lucas 12:32–40)

Esta semana pasada una de nuestras feligresas estaba visitando la cuidad donde vivieron sus papas en México durante su niñez. Era muy lindo seguir sus aventuras en Instagram porque no solo ponía las fotos de ella y de su madre en los lugares nostálgicos, pero ella también compartió fotos de diferentes seres queridos, ya fallecidos muchos de ellos, de los tiempos pasados. Esas fotos, de mujeres elegantes y a veces estoicas, nos hablaron de una historia compartida en familia.

En la lectura de la carta a los Hebreos de hoy, escuchamos de una historia compartida en familia como cristianos. Una historia a la que todos pertenecemos.

“Por fe, Abraham, cuando Dios lo llamó, obedeció y salió para ir al lugar que él le iba a dar como herencia. Salió de su tierra sin saber a dónde iba, y por la fe que tenía vivió como extranjero en la tierra que Dios le había prometido. Vivió en tiendas de campaña, lo mismo que Isaac y Jacob, que también recibieron esa promesa.”

Y sigue, hablando de Sara y de otros de nuestros antepasados en la fe. ¿Porque es importante conocer nuestra historia? Yo pienso que importante para varias razones. Uno es porque la historia nos da un ancla. Aunque ellos no vieron la promesa completa de Dios que hemos visto en Cristo, y aunque nosotros todavía buscamos un mundo mejor, tenemos confianza por los que han ido antes de nosotros. Ellos han sobrevivido. También tenemos fe que Dios, quien cumplió su promesa con Abraham y Sara, cumplirá sus promesas con cada uno de nosotros.

Yo creo que esta palabra es algo que necesitamos en cada época de nuestras vidas. Pero es aún más necesitado cuando estamos pasando por un tiempo difícil. Y hemos vivido por un tiempo difícil. Aunque la situación con COVID va mejorando, la realidad es que sigue siendo aquí. Es una realidad. Y ahora hay este monkey pox (o viruela de mono) que es un poco temeroso también, especialmente para los jóvenes adultos. Y una economía que está sufriendo. Estamos pasando por un tiempo bien difícil. Y no sabemos cuándo va a ser mejor. Es en tiempos como estos que necesitamos las palabras de aliento que nos dicen que Dios, quien acompañaba a nuestros antepasados en la fe con tanto amor, nos acompaña también. En tiempos como estos, también tenemos que recordar las palabras tiernas de Jesús: “No tengan miedo, ovejas mías; ustedes son pocos, pero el Padre, en su bondad, ha decidido darles el reino.”
Nosotros no somos una iglesia muy grande. A veces podemos sentir pocos y pequeños, como dice Jesús aquí. ¡Pero el Señor ha decidido darnos el reino! Tenemos una promesa de una vida mejor. Una vida de amor y abundancia. Una vida en la que se siente que pertenece. Si están en un momento de tristeza o aflicción, sepan que este momento no es el fin de la historia. Va a haber otro día. Un día de sol. Un día brillante de amor y paz. Sin dolor y con felicidad. Mantengan esta esperanza. Porque si va a venir. Tenemos que mantener la fe, como hicieron nuestros antepasados.

Y esta esperanza es una bendición. Es una bendición para nosotros. Pero no es solo para nosotros. Miran que, en la próxima frase, Jesús dice: “Vendan lo que tienen, y den a los necesitados; procúrense bolsas que no se hagan viejas, riqueza sin fin en el cielo, donde el ladrón no puede entrar ni la polilla destruir. Pues donde esté la riqueza de ustedes, allí estará también su corazón.” Y este es el desafío, y últimamente, la mayor bendición. Que esta bendición no es solo para nosotros. Es para compartir. Porque, justo como en el pasaje del domingo pasado, la verdadera riqueza se encuentra en compartir en comunidad. No es no tener posesiones. Tampoco es no tener una casa y las necesidades, esto es lo que todos necesitamos y nuestro Dios materna sabe cómo cuidarnos bien.

Pero como gente de fe, siempre clamamos la promesa de abundancia de Dios sobre el miedo del mundo, que es el miedo de la escasez. Y en fe, compartimos.
En la lectura de Isaías, la gente se ha enfocado en las fiestas religiosas tanto que se han olvidado de los pobres y los oprimidos. Hay una oración en el libro de oración que dice: “Señor, que no se olvide a los necesitados” Y la respuesta es: “Ni se arranque la esperanza a los pobres” (Libro de Oración Común, página 87). Ni se arranque la esperanza a los pobres. Todos hemos conocidos a unas personas que se han perdido la esperanza por ser pobre. Pero Dios dice, nosotros somos la esperanza de los pobres. Cada uno de nosotros solo podemos hacer nuestra pequeña parte, pero juntos podemos ver un mundo mejor.

Esta semana, tuvimos la escuela de la biblia de las vacaciones en la iglesia. Cindy compartió sobre las sagradas escrituras con los niños y niñas y cocinaron juntos y jugaron, colorearon. Pero también, su tema fue “Yo puedo hacer una diferencia.” Y ellos hicieron una diferencia, con la ayuda de Ustedes. Con su ayuda, juntamos productos de cuidado personal y los niños y niñas juntaron paquetes para dar a la gente sin hogar y en necesidad.

En nuestra pequeña manera, estábamos ensenando a los niños el mensaje de Isaías:

“¡Aprendan a hacer el bien, esfuércense en hacer lo que es justo, ayuden al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan los derechos de la viuda!”

Aunque sea un granito de arena, con el trabajo de todos tras el tiempo, esta arena se va a hacer una playa. Y vamos a mostrar una ola de la compasión de Dios y su amor al mundo. Y, juntos, ¡construiremos un mundo mejor, con la ayuda de Dios!

Amen.

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