Propio 11 C + Hambre de la palabra + 7.20.25
M. Campbell-Langdell
All Santos, Oxnard
(Amos 8, S. 52, Colosenses 1, Lucas 10)
“Vienen
días —afirma el Señor— en los cuales mandaré hambre a la tierra;
no hambre
de pan, ni sed de agua, sino hambre de oír la palabra del Señor.” (Amos 8:11)
Había hambre en la tierra. No
de pan, aunque de vez en cuando era muy escaso con esta ocupación Romana. Pero
hambre de la Palabra del Señor. La gente no necesariamente usaba esas palabras,
pero sabían que algo faltaba. Algo en el centro de su ser no estaba contento.
Muchos de los lideres religiosos estaban muy enfocados en las cosas de este
mundo. Tenían un poco de éxito, en algunos casos porque colaboraron con Roma,
en y otros casos porque el respeto de la gente los dio una manera de vivir muy cómoda.
Tenían un lugar en la sociedad. Buscaban la verdad, pero se fijaban en temas
divisivas como la resurrección de los muertos, sobre la que los humanos solo
podían adivinar la voluntad divina. El templo estaba lleno, pero a veces pareció
más un mercado que un centro de adoración. Unos muy sabios rabinos intentaron
interpretar las escrituras y estar presentes a la gente.
Pero por todo esto, algo se
gestaba, un hambre se gestaba. Durante demasiado tiempo, los poderosos habían
controlado los recursos y estafado a los menos favorecidos. Durante demasiado
tiempo, las madres habían llorado en sueños al ver a sus hijos trabajar en
condiciones injustas. Los poderosos, al parecer, no temían al Señor.
Principalmente porque muchos de los que ostentaban el poder, los romanos,
tenían una concepción de los dioses completamente diferente, y casi
consideraban a los judíos extraños y anticuados con su religión de un solo
Dios.
Así fue que cuando el
predicador vino al pueblo, que María se quedó bien impactada al verlo entrar su
casa, la que compartía con sus hermanos. No sabia lo que le paso, pero algo en
el resonaba con una urgencia. Fue como una campana que sonaba sin ver de dónde.
Algo pulsaba en la casa cuando él entró. Estaba
enfocado en Jerusalén, y ella sabía que algo iba a suceder. No sabia lo que
era, pero tenía algo instintiva. Apenas había entrado con sus discípulos y
apenas los habían lavado los pies y habían sido servidos un vaso de vino, un
vino que era de la fruta del otoño, pero su sabor final era mas de la fruta del
verano, cuando el empezaba a compartir con ellos. Palabras poderosas. Palabras
que tocaron a su corazón.
Y no pudo evitar sentarse
junto a los discípulos, con la inocencia de una niña, en su postura de piernas
cruzadas en el suelo, apoyada en una almohada como para escuchar un cuento de
su madre antes de acostarse. Y, oh, cuando él empezó a hablar, ocurrió algo
asombroso. Fue como si un hambre que desconocía tener, algo que se gestaba no
solo en su vientre, sino en la mente, el corazón y el alma de su madre, y de la
abuela de su madre, y de todos los parientes anteriores, comenzara a saciarse.
Él no reemplazaba la verdad de sus antepasados, de lo que habían compartido
sobre la fe, sino que parecía completarla. Todo estaba seguro y completo en su
presencia.
El hecho de que María sintió
atraída a Jesús como una mosca a una llama no fue una sorpresa. Había amado al
Señor desde su niñez. De niña, se solía sentarse al lado de la sinagoga, donde
las piedras se calentaban por el sol y ella pudo sentarse y jugar sus juegos.
Aun cuando vino el invierno y era mas frio de noche se cubría con una cobija y
se sentía al lado de la entrada para jugar y escuchar la música y las oraciones
y a veces los debates que le dio escalofrió. Su padre la buscaba y la llevaba
en sus hombros a casa para cenar, a veces regresando el mismo para orar después
de un día de trabajo largo. A veces su madre la llevaba a sentarse con las
mujeres y su hermana también le gustaba acompañar en esos días. Ella amaba al
Señor y a las escrituras. Pero lo que ella le encantaba mas fue escuchar. Y
escuchar fue lo que estaba haciendo ahora.
Mientras escuchaba, estaba
consciente de una manera pasajera de su hermana, Marta. Ella estaba en otra
parte de la vivienda, empezando a preparar para los huéspedes. ¡Y fueron tantos
de ellos! Marta estaba en la cocina. Hacia la que su cultura siempre los
inculcaba hacer. Cuando vienen huéspedes, hay que proveer para ellos. Hacerlos
sentirse en casa. Sobrevivir en una sociedad desertifica había ensenado a su
cultura, ubicada entre las carpas de los beduinos, a cuidar al extranjero. A
tratarlos como amigos, porque nunca se sabía cuándo podrías ser un extranjero
también. Una persona en un pueblo pequeño ocupa la bondad de los extranjeros a
llegar con bien hasta el fin de su jornada. Marta hacia lo que era debido.
Y de repente, esa consciencia
pasajera se convierte en el centro de atención, mientras Marta le pide a Jesús
que despierte a María de su trance. Seguramente ha olvidado que su trabajo no
es ser servida ahora, sino servir. Jesús, por favor, dice, haz que me ayude. Y
al principio, María se siente llena de la vergüenza. Siglos de formación
condensados en su corta vida de joven adulta deberían haberla impulsado a
servir ya, no solo a sentarse y escuchar. Por supuesto, su hermana tiene razón.
Pero lo que Jesús dice a continuación la deja sin aliento. No, dice, María ha
elegido lo mejor. Nadie se lo quitará. Al principio, María casi siente lástima
por Marta, que solo intenta atender a los invitados, y la pone en su lugar. Al
mismo tiempo, esta puede ser la primera vez que alguien defiende a María
delante de Marta, lo cual se siente bien. Se siente reivindicada y un poco
orgullosa. ¡Crees que soy una soñadora, pero ahora soy la más sabia!
Pero ese orgullo dura solo un
momento, mientras mira sus ojos del predicador. La bondad allí es perfecta y de
una manera u otra, ella sabe que sus palabras de Jesús no son solo para ella,
como una validación personal, ni forman reprimenda a su hermana, pero en vez de
esto el habla a todos. Porque el sabe que dentro de cada uno hay una Marta y
una María. Un lado que tiene que hacer y ser productivo, y esto es bueno.
Nosotros como seres humanos somos hacedores. Pero hay un lado como María que
dice que cuando escuchamos la Palabra de – atrevemos decir – de Dios – entonces
debemos atenderla. Hay un hambre dentro de nosotros que quiere estar
satisfecho. Mientras ella toma otro trago de vino con sabor a verano, ella mira
a los ojos de Jesús y siente nutrida. Ella, como todos nosotros, tiene un
hambre, y siente satisfacción en la presencia de Jesús. Una satisfacción que
nosotros buscamos también, y encontraremos en él. Ella siente llevada en los
brazos amorosos de Dios. Y sabe que, pase lo que pase, todos estamos llevados
en los brazos del amor incambiable de Dios.
Amen.
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