Propio 23 C + Fe en la tierra + 10.12.25

 

M. Campbell-Langdell

All Santos, Oxnard

(Jeremías 29:1, 4–7; Salmo 66:1–11; 2 Timoteo 2:8–15; San Lucas 17:11–19)

 

“Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?” (Lucas 18:8)

Esta pregunta viene de la lectura del evangelio de la semana que viene, pero tiene mucho que ver con las lecturas de hoy también. El Hijo del hombre, es decir, Jesús, vino al mundo y encontró fe en los que lo siguieron. El Hijo del hombre vendrá de regreso, no sabemos cuándo, y buscará la fe.

En el evangelio de hoy, Jesús enfrenta a algunos que para él son extranjeros, los samaritanos, y los sana, aunque ellos no creen las mismas cosas sobre Dios que él. Y uno regresa y alaba a Dios. A pesar de sus diferencias, la fe en el uno reconoce la fe en el otro.

Esto me hace pensar en los de nosotros que viajamos de otros países y buscamos la fe en una tierra extraña. Venimos con buena fe y buscamos la fe en los demás. Buscamos pertenecer. A veces, como experimenta la gente a que escribe San Pablo u otro autor en la segunda carta a Timoteo, hay momentos en los que sentimos en un lugar extranjero, un lugar que no apoya a nuestra fe o nuestra familia.

En Jeremías hoy escuchamos este mensaje:

«Así dice el Señor todopoderoso, el Dios de Israel, a todos los que hizo salir desterrados de Jerusalén a Babilonia: “Construyan casas y establézcanse; planten árboles frutales y coman de su fruto. Cásense, tengan hijos e hijas, y que ellos también se casen y tengan hijos. Aumenten en número allá y no disminuyan. Trabajen en favor de la ciudad a donde los desterré, y pídanme a mí por ella, porque del bienestar de ella depende el bienestar de ustedes.»

Así vive la gente que viene aquí a los EE. UU. Ellos, incluyendo muchos de nosotros, trabajamos en favor de la ciudad o país donde nos desterramos. Pero no siempre están aceptados los inmigrantes. Y venimos de situaciones muy diversas y culturas diversas.

La familia Chica, por ejemplo, vivía en El Salvador, y el Señor Adrián fue agricultor, la Señora Mirtila, que gracias a Dios sigue con nosotros, fue maestra. Al inicio tenían una vida pacífica. Gente de gran fe, la familia fue muy cerca de un santo de tiempos actuales, Monseñor Óscar Romero. Hasta venía a la casa de los abuelos para tomar sus vacaciones. Visitando su casa en Port Hueneme, que ha hecho nuestra junta parroquial, uno encuentra un poco de la paz que imagino que tenía esa casa, con su jardín lleno de flores y su ambiente tranquilo.

Pero más tarde enfrentaron un tiempo terrible. Al hermano de Esperanza, Omar, un maestro que resistía el régimen, porque quería un mundo mejor para sus alumnos, le arrebataron la vida, y justo antes de este momento triste, murió su amada esposa Mirian de un derrame cerebral.
Pero lo que mantuvo la familia por los tiempos difíciles fue el libro de los Salmos, en particular el Salmo 23 y el Salmo 91. Hasta hoy la Doña Mirtila y sus hijas Evie y Esperanza pueden recitarlas de memoria. Estos salmos fueron su escudo, su protección en las noches oscuros cuando no sabían quién pudiera tocar la puerta y quebrantar su tiempo de paz.

Vinieron aquí, dejando mucho de lo que amaban, pero buscaron el bienestar de este país al lado del bienestar de su familia, y aquí establecieron un oasis de paz. Pero más que esto, trajeron con ellos como una mochila espiritual su fe. Una fe que los sostuvo tras los tiempos difíciles.
Y una fe que nos puede animar en este momento, cuando no sabemos quién puede tocar a la puerta de casa o auto y destruir a nuestra paz, o la paz de nuestro vecino, amiga y hermano o hermana en la fe.

Aunque es un poco diferente la situación, los cristianos saben un poco sobre tiempos de persecución. Cuando Pablo, u un autor relacionado a él, escribió esta carta que leemos en la segunda lectura de hoy, esta comunidad está tratando de vivir una vida de fe, pero no sabe cómo enfrentar tiempos de resistencia. Y el autor los anima. Dice “Y por causa del evangelio soporto sufrimientos, incluso el estar encadenado como un criminal; pero la palabra de Dios no está encadenada.” La palabra no está encadenada. Nuestra fe no está en cadenas, aunque las vidas de algunos están más limitadas ahora, y trabajemos para ayudar a todos los que están encadenados.

“Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?”

Tener la fe es fácil en tiempos de bienestar y de paz. Es más difícil encontrar la paz del Señor en tiempos oscuros. Sugiero que sigamos el ejemplo de la familia Chica, y nos mantenemos cerca el uno al otro en este tiempo. Buscamos el bienestar de este país, aun en un momento en el que no sentimos que el país nos ama a nosotros. Y dependemos de las palabras de fortaleza en los salmos, que siempre nos animan.

Como dice el salmo de hoy (S. 66: 9-11)

“Porque tú, oh Dios, nos probaste; nos refinaste como refinan la plata.

Nos metiste en la red; pusiste sobre nuestros lomos pesada carga.

Hiciste cabalgar enemigos sobre nuestra cabeza; atravesamos por fuego y agua; 

pero nos sacaste a un lugar de abundancia.”

Y nos va a sacar a un lugar de abundancia también. Guiados por la fe de nuestros antepasados, en esto creemos. 
Amen.

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