Propio 19 (A) + Déjalo + 9.13.20


 M. Campbell-Langdell

All Santos, Oxnard

(Éxodo 14:19-31; Salmo 114; Romanos 14:1-12; San Mateo 18:21-35)

“Sucede con el reino de los cielos como con un rey que quiso hacer cuentas con sus funcionarios.”

La radionovela Un Tal Jesús por María y José López Vigil reinterprete esta parábola. Jesús cuenta esto a Pedro después de que él lucha con Santiago:

“El reino en que reinaba el rey Saday era extenso como el Mar Grande. Cien jornadas eran necesarias para recorrerlo de un confín al otro. Para administrarlo, el rey había repartido por todas las provincias funcionarios que se encargaban de distribuir los dineros del reino. Pero algunos funcionarios, como Nereo, eran unos buenos bandidos.” 

Y el continua, compartiendo la historia del primer esclavo, quien debe una cantidad ridículo. En las escrituras cuando dice “muchos millones,” realmente el griego dice mil talentos, que es alrededor de cien millones de denarios. Cuando se considera que el denario fue lo que un trabajador ganara por el trabajo de un día, no hay ninguna manera en que el primer esclavo pudiera pagar de regreso lo que se debe. 

Y luego él nos muestra como este hombre, en vez de sentir gratitud por la misericordia del rey, empieza a sentir mal porque ahora no tiene dinero. Así que el confronta a su amigo quien le debe cien denarios. Es un millonésimo de lo que él debía, pero él no tiene misericordia. Así que el rey escucha de esto y pide que le venga de nuevo.

La historia concluye con esta interacción entre Pedro y Jesús:

Pedro - ¿Y cómo acabó la cosa, Jesús? 

Jesús - Nada, que el rey se puso furioso y metió en la cárcel a Nereo. 

Pedro - Bien hecho. ¡Si hubiera sido yo, agarro a ese hombre ingrato y lo descuartizo! 

Jesús - ¿Cómo? Si ese hombre eres tú, Pedro. Tú has hecho lo mismo que Nereo. 

Pedro - ¿Yo? Ah, claro, ya sé por dónde vienes. 

Jesús - Por donde vino el rey Saday. Tú y Santiago y todos tenemos con Dios una montaña de deudas. Y no perdonamos los granitos de arena que nos deben los demás. 

Y Pedro empieza a entender que el necesita perdonar todas las cositas pequeñas que el guarda en su corazón. Muchas veces en los evangelios, los discípulos tienen contrastes para nosotros. Y esto no es diferente a nosotros. Posiblemente no vamos a deber una gran cantidad de dinero a otra persona. Pero posiblemente guardaremos pequeñas espinas del resentimiento tras los años. Recordamos cada palabra dura o la manera en que estábamos avergonzados, o el evento al cual no fuimos invitados. Los guardaremos. Y cada semana o de hecho para algunos cada día decimos “perdona nuestras ofensas mientras perdonamos los de los demás.” Pero es difícil realmente dejarlo.

Así que, en las palabras de esa canción que muy pocos de nosotros queremos escuchar de nuevo (aunque la voz de Idina Menzel es fabulosa), tenemos que aprender a “Let it Go.” Cualquiera cosa que está guardando en su corazón en contra de otro, déjalo. Dalo a Dios.

Ahora el perdón no es una cosa simple. Como cristianos, es una de las cosas más complejas que podemos cubrir. Porque a veces algo nos ha dolido profundamente. Si es muy profundo el dolor, puede sentir que en perdonar estamos ignorándolo o que estamos diciendo que estaba bien. Pero no lo hacemos. Estamos asegurando que el pasado no sigue definiéndonos. Justo como el siervo libre de la prisión, tenemos que perdonar a los demás para poder estar libres. Porque hasta que lo dejamos ir, no podemos seguir adelante.

Así que “let it go.” Y luego déjalo de nuevo. Suéltalo otra vez más. Porque este es un proceso. No eres una mala persona si una cosa pequeña o grande sigue molestándole. A veces, si es seguro hacerlo, es buena idea hablar con la persona involucrada, para solucionar la situación. No creo que Jesús era lejos de la verdad cuando dijo que tenemos que perdonar setenta veces siete veces. Porque podemos sentir que algo ya no nos molesta pero surge de nuevo. El perdón es un musculo. Tenemos que trabajarlo, y en hacer esto, nos fortalecemos como cristianos. Encontramos la fortaleza para estar buenos con los demás y para modelar como otros pueden ser buenos con nosotros.

¿Por qué hacemos esto? Lo hacemos por nuestra salud espiritual. Pero más que esto, lo hacemos por las palabras inmortales de San Pablo en la Carta a los romanos: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos.” Y ¿cómo vivimos para Dios en este mundo? Es en servir a nuestro vecino. En amar a nuestro vecino. Así que ¡vivamos para Dios, no atados al pasado, pero listos para volar a un nuevo futuro, aun si mañana es otra oportunidad para dejarlo!

Amen.


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