Epifania 6 C + Cristo es la promesa de abundancia + 2/16/25 ACL + MCL
Cristo es la promesa de abundancia
Epifanía 6C, 2024 (Lucas 6, 1 Cor. 15, Jeremías
17)
All Santos Oxnard y
St Francis, Simi Valley
Las Reverendas Melissa y Alene Campbell-Langdell
Me encanta mirar los programas
de misterios detectives en la televisión, pero como son mi manera de relajarme,
prefiero los misterios en los cuales, después el asesinato obligatorio al
inicio, todo se resuelve a través de la solución de ciertas claves con muy poca
violencia y poco derrame de sangre. Pero parece que, aun en las series mas
enfocadas en solucionar problemas, hay un momento en que tienen que aumentar la
velocidad. En estos momentos quiero gritar a la pantalla – no vayas allí sin acompañamiento
– es muy estúpido – ¿! que estás pensando?!”
Mientras escuche a un podcast
que trataba de entender un mejor equivalente para la palabra que Jesús ocupa
aquí para “Ay de ustedes”, una imagen de los programas de detectives me venia a
la mente. “Ay, no, no vayas allí.” O “Ten cuidado si eres rico,” “Ten cuidado
si te sientes muy contento”, “O no, ahora ríes, pero hay algo que es por
venir,” y “si todos te alaben, esto no va a terminar bien.”
Sin embargo, a pesar de las
palabras de Jesús aquí, muy pocos de nosotros queremos juntar a los santos tras
la historia como San Francisco de Asís quienes sintieron llamados a despegarse
de toda posesión mundial. Este tipo de pensamiento no haga sentido desde
nuestro punto de vista. Como el detective en la historia quien sigue entrando
la cueva oscura sin considerar quien será allí cerca, continuamos confiando en
que la riqueza, el poder y la influencia harán el mundo un lugar mejor. Pero si
nos consideramos seguidores de Cristo, debemos dejar que estas palabras afectan
nuestro entendimiento del mundo y nuestro lugar en el.
Este cambio de perspectivo no
se trata de considerar que toda la gente pobre es buena y toda la gente rica es
mala. Todos somos una combinación de las dos. Siempre habrá alguien quien
tendrá mas riquezas, mas poder o popularidad que nosotros, y siempre habrá las
personas con menos. Las montanas y los valles no han sido nivelados hasta
ahora. Ambos partes de este evangelio se dirigen a nosotros. Sin embargo, hay
una prueba sencilla para ver en que lado quedamos hoy. La única otra vez que la
palabra griega traducido como “alegría” en español, y “consolation” en ingles
en San Lucas es en este versículo “En aquel tiempo vivía en Jerusalén un hombre
que se llamaba Simeón. Era un hombre justo y piadoso, que esperaba la
restauración de Israel (Lucas 2:25 DHH).” Aquí “restauración” viene de la misma
palabra en griego que “alegría” aquí. Simeón buscaba un Mesías quien dará la
bienvenida al reino de Dios. Los pobres están bendecidos, dice Jesús, porque
son parte del reino de Dios. Ellos anhelan un futuro en que todos serán
satisfechas y reirán con gozo. De contraste, los ricos según Jesús, ya han
recibido su alegría, toda la salvación que han esperado. No hay mas que hambría
y dolor. Están encima y solo pueden caer más. Si queremos saber donde estamos
como individuos, o como una iglesia, o como una nación, en el paradigma de Jesús
de los pobres y ricos, todo lo que debemos preguntarnos es “Anhelamos el reino
de Dios, o ¿queremos en secreto que nunca vendrá?”
Sin embargo, justo como el detective
quien entra en peligro, me encuentro cautiva entre estas dos realidades. Creo
la mentira que soy suficientemente pobre como para estar justa en mi causa, y
que soy suficientemente rica como para efectuar el cambio que busco. Es en este
espacio que las palabras de San Pablo a los Corintios y las palabras de Jeremías
al pueblo ofrecen ambos esperanza y una correctiva. Para ambos Pablo y Jeremías,
nuestra esperanza viene de la voluntad de aceptar la realidad que estamos
viviendo mientras confiamos en la habilidad de Dios de traer vida de la muerte.
Para Pablo, esto comienza con la necesidad fundamental de ver Jesús como la
inversión literal de Dios en el mundo. La muerte y resurrección de Jesús es el depósito,
la primicia, de lo que Dios pretende hacer para cada uno de nosotros.
Pablo esta convencido, como
soy yo también, que hasta que internalizamos la verdad que en el reino de Dios
la resurrección sigue la muerte, nunca tendremos la fortaleza para aceptar y
vivir en el mundo patas-arriba de Jesús. Si son como yo, esto es un trabajo en
progreso. La mayoría del tiempo, asiento bien a la resurrección en mi mente,
pero no lo vivo siempre en mi vida diaria.
Aquí es donde las palabras de Jeremías
son útiles. El es muy práctico. Habla a un pueblo que teme el imperio babilonio
que lo esta amenazando. La sabiduría del día dice que, en hacer una alianza con
Egipto, se puede confiar en que Egipto vendrá a su ayuda y les protegerá de
Babilonia. Pero Jeremías los habla muy directamente. Confiar en la gente
solamente, o en cierto gobierno, va a hacer a uno como una planta rodante en el
desierto, yendo en toda dirección, y nunca viendo el alivio que traerá Dios. Un
poco mas tarde en el libro, cuando la gente esta en exilio en Babilonia, Jeremías
los aconseja por parte de Dios: “Construyan casas y establézcanse; planten
árboles frutales y coman de su fruto. Cásense, tengan hijos e hijas, y que
ellos también se casen y tengan hijos. Aumenten en número allá, y no disminuyan. Trabajen
en favor de la ciudad a donde los desterré, y pídanme a mí por ella, porque del
bienestar de ella depende el bienestar de ustedes.” Pero, aunque tratamos de
trabajar por el bienestar del país en que vivimos, nunca podemos poner toda nuestra
confianza en los lideres de este mundo.
En vez de esto, debemos poner
nuestra confianza en Dios. En el pasaje de hoy leemos que los que confíen en
Dios serán con un árbol plantado a la orilla de un rio y “en tiempo de sequía
no se inquieta, y nunca deja de dar fruto.” (Jeremías 17:7-8). Leí que
interesantemente el verbo aquí, aunque de otra raíz de las palabras del
versículo 5, significan no “salir” o “dar la espalda”. Así que un árbol que en
tiempos de sequia no deja de dar fruto.[1]
¿Cómo trabajamos entonces para
dar fruto en la tierra en la que estamos plantados, incluso cuando parece un
terreno rocoso (para tomar prestada otra parábola) y cómo seguimos confiando en
Dios cuando el suelo bajo nuestros pies parece incierto? Esto me hace pensar en
la Oración de la Serenidad: “Dios, dame la serenidad de aceptar las cosas
que no puedo cambiar; valor para cambiar las cosas que puedo, y sabiduría para
conocer la diferencia.” Podría añadir: Dios, permíteme confiar en ti lo que
no puedo cambiar en lugar de tratar de controlarlo yo mismo. Y luego, concédeme
el valor para echar raíces y estar dispuesto a cuidar a quienes me rodean,
incluso si son babilonios.
Se requiere una especie de
apertura, una especie de vaciamiento de uno mismo, para permitirse estar arraigado
en Dios y dar fruto en tiempos difíciles. En su libro Barro en Manos del
Alfarero, Diana Glyer describe el proceso de convertir un trozo de arcilla
en algo bello y útil. Dice que es algo así como nuestra relación con Dios.
Escribe: “Para transformar esa arcilla en algo que pueda usar, tengo que abrir
un agujero en el medio. Apoyo mi mano izquierda ligeramente sobre la parte
exterior de la arcilla; uso mi mano derecha para presionar la parte superior de
la arcilla. Apretando y sacando, muevo la arcilla a un lado y abro un lugar
vacío”. [2]
Al igual que ese barro, nosotros también podemos ser reformados y remodelados.
Podemos abrirnos a la gracia de Dios. Podemos aprender a confiar en la promesa
de la resurrección. Podemos tomar ese momento de “ay” –la palabra de
advertencia para aquellos que poseen mucho– y verlo como un momento de promesa
de la bondad y provisión de Dios para todos. Podemos echar raíces en nuestras
comunidades y negarnos a dejar de dar nuestro fruto a los necesitados. Si lo
hacemos, descubriremos que ese espacio en nuestro interior se expande de nuevo
hasta que tengamos hambre y nos llenemos del único que puede saciarnos
verdaderamente.
[1]
Bobby Morris, “Commentary on Jeremiah 17:5-10,” WorkingPreacher.org (February
17, 2019), footnote 4. Available online
at https://www.workingpreacher.org/commentaries/revised-common-lectionary/sixth-sunday-after-epiphany-3/commentary-on-jeremiah-175-10
[2] Diana
Pavlac Glyer, Clay in the Potter’s Hands, preview ed. (USA: Lindale
& Associates, 2009), 47.
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