Pascua 2 (B) + Iglesia In-spirada + 4.8.18

(Imagen de: https://um-insight.net/topics/nalini-jayasuriya/)

M. Campbell-Langdell
All Santos, Oxnard
(Hechos 4:32–35; S. 133; 1 Juan 1:1–2:2; Juan 20:19–31)

¡Dichosos los que creen sin haber visto! (Juan 20:29b)
En la obra de teatro que vimos la semana pasada, la mujer que vea al Señor le pide de la mujer que no vea al Señor: “¿Viste la luz?” Y ella contesta que no vio la luz, pero está bien porque la Luz de Cristo está dentro de ella todavía.
En la tradición judía y también cristiana temprano del mundo anciano, bendiciones fueron cosas dado literalmente y físicamente. Por esto fue muy importante para Jesús sanar a los enfermos físicamente en vez de solo curar sus heridas emocionales y espirituales. Para nosotros también a veces es muy importante sentir una sanación física. Y la gente que vio a Jesús resucitado sintió una bendición especial de haberlo visto en persona. De haberlo tocado en sus heridas. Para nosotros ahora puede parecer un poco desagradable, tocar las heridas de alguien. Pero la idea fue sentir su presencia corporal completamente para poder creer.
Tomas no es una persona con falta de fe, pero el siente aislado cuando los otros discípulos vean a Jesús. Él es un apóstol importante. Según la tradición, él va a traer el evangelio a varios partes de Asia. El necesita ver a Jesús para poder contar de él y de sus buenas nuevas con autoridad.
Pero aquí hay un problema. No toda la iglesia pudo verlo a Jesús. Como dice en la obra que escuchamos la semana pasada, no es posible pedir un orden de “La Presencia de Cristo” como pedimos una pizza. “Me gustaría un poco de pepperoni con mi Jesús, por favor.” No, no es posible. Algunos de nosotros lo vemos, si es en una experiencia mística, o a veces con un sentido del calor del Espíritu Santo en nuestros corazones. Pero a veces los demás tenemos que creer en momentos sin verlo. Por esto es tan especial que dice Jesús: “¡Dichosos los que creen sin haber visto!” Nuestra fe es especial porque creemos por medio del testigo de los demás. Dichosos los que ven sin ver. Los que tienen la luz en su corazón para no tener que ver la luz. Y dichosos los que ven a Jesús de cualquiera forma también.
Así que, ahora estamos en la Pascua. Y ¿Qué hacemos con esta luz que traemos? En el santo bautismo damos a la persona bautizada una vela, que significa la luz de Cristo que llevamos a todo el mundo. Esto es lo que hacemos como cristianos en la santa iglesia católica y universal. Somos testigos.
Somos testigos porque Jesús soplo en los primeros discípulos y esta respiración es el Espíritu Santo que todavía nos in-spira. Que todavía nos llena de su santo aliento para hacer su bien en el mundo.
Que nos in-spira para vivir sin miedo.
La lectura de hoy del libro de los Hechos de los apóstoles nos trae a otro tiempo, más tarde, cuando la iglesia ya está formada en Jerusalén. Todavía no está en todo el mundo, pero los primeros cristianos están formando comunidades. Esta gente por lo general no fue rica. Pero en compartir lo que tienen, están ricos en lo necesario. Me hace pensar en cuando vamos de campamento. Siempre compartimos, si es en poner una carpa o compartir nuestra comida, y con esto todos tenemos lo suficiente para un tiempo lindo afuera. Fue así en la iglesia. No es que estaban ricos o no tenían ninguna preocupación. Pero se sacrificaban uno para el otro para poder todos tener lo suficiente.
Sacrificio. La iglesia de Cristo en el mundo se sacrifica uno por el otro. Y esto significa diferentes cosas para diferentes personas. En estas semanas pasadas he estado pensando en si nuestra iglesia se puede ofrecer como santuario para unas personas enfrentando deportación. Pero me di cuenta de que también se tiene que proteger a los miembros de la comunidad que están vulnerables. Así que buscamos otra forma de apoyar en vez de ser el sitio. Para que todos puedan sentir más seguros. El primer sacrificio en que pensé fue reemplazado por la idea de no sacrificar a otros. Que no sería un sacrificio agradable al Señor. Pero nosotros encontraremos un sacrificio agradable en tiempo.
Aun más importante, como una iglesia, somos una comunidad de la reconciliación. En la obra de la semana pasada, aunque lucharon, se mantuvieron hablando en amor una con la otra. Con respeto. Que difícil. Pero es nuestro llamado. A la reconciliación. De este pasaje en San Juan, la teóloga famosa Sandra Schneiders dice que cuando Jesús dice “A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar,” es una traducción un poco mal del griego original. Porque en lo original, Jesús dice, “de quien perdone los pecados, los pecados están perdonados, pero a quien le mantiene seguro, esta persona esta abrazada o mantenido seguro.”[1] Es decir que en la segunda parte de la frase, Jesús no menciona pecados. Esto refiere a personas, piensa Schneiders. Ella quiere decir que nosotros como cristianos no nos enfocamos tanto en mantener en mente los pecados de los demás sino en perdonar y en abrazarnos uno al otro como hermanas y hermanos en Cristo. ¡Gracias a Dios! No tenemos que ser los jueces uno del otro. Solo los que den perdón cuando y como podemos y nos tratamos de abrazar en comunidad.
Esto es lo que somos nosotros los bautizados. Gente de reconciliación y perdón. Esto es lo que hacemos cuando vivimos el propósito de Cristo como una comunidad in-spirada. Amen.




[1] Mi traducción de: Mary Hinkle Shore, “Commentary on John 20:19-31,” Working Preacher, https://www.workingpreacher.org/preaching.aspx?commentary_id=3619 (for April 8, 2018).

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